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17 marzo 2016

Vínculo fallido

Antes de ayer reconocí al padre del que iba a ser mi marido o, al menos, de uno de ellos, porque, claro, dicen que esas cosas no se planean. El otro día, este martes, me di cuenta (mediante una revelación divina) de que ese hombre que sabía tanto y que hablaba tanto era el padre de ese chico que de vez en cuando ojeaba por internet. A ese señor era la cuarta vez que lo veía en unas charlas de ámbito cultural, pero era la primera que lo identificaba como su padre. La sensación fue rara porque me di cuenta de que todo encajaba.


Sin embargo, el primer contacto visual y terrenal con su descendiente ocurrió antes. Hace ya casi seis años reconocí al hijo en una exposición. A mis amigos, muy de vez en cuando, les hablaba de él como si supiera cosas de él. Lo que sabía era lo que publicaba de vez en cuando en su antiguo blog —ahora inoperativo—. Tampoco lo entendía mucho, pero estaba claro —o eso quería pensar mi yo del pasado— que trataba temas transcendentales e interesantes. Cuando lo vi paseando por esa sala con grandes cristaleras dije un tanto alterada: “Madre mía, si es él. No puede ser”. Lo vi una segunda vez ese mismo día de mayo, pero me di una tregua y pensé que si lo veía una tercera le diría algo.

Antes de ayer dije también un tanto entusiasmada: “Madre mía, si es su padre. No puede ser”. Y acto seguido pensé: "Bueno, sí, puede ser, concuerda”. Sí. Sé su nombre y sus dos apellidos. Mis amigos conocían su nombre y ahora conocen sus apellidos. Durante todos estos años pensaban que no existía y me parece que crearon una leyenda a su alrededor. Pero ahora también saben en qué ciudad vive y supongo que no comprenden los temas sobre los que escribía y escribe —vamos, que les pasa casi lo mismo que a mí—.

Ahora mis amigos y yo conocemos —bueno, por decir algo—, al que en un enlace supuesto, no se callaría y mencionaría a autores y a eruditos que solo él y su hijo conocen. Así, sin el nivel, no se podría seguir el hilo en una reunión familiar. Así y con virtualidad de los hechos no se puede planear nada, pero sí en la materialidad del texto.

10 marzo 2016

Observaciones instantáneas sobre el puente de Brooklyn

Puente de Brooklyn, Manhattan y Brooklyn, Nueva York
12 de febrero de 2016
Situación (a):
0 minutos
Brisa polar, 14º F
Soportable

(1) Autorretrato:
Autonomía
No capta el entorno
-
Descartado

(2) Autodisparo:
Técnica individualista
Supervivencia
El airecillo
La cuerda agarrada al metal desde la tercera foto

(3) La chica del vestido corto y la pamela marrón:
Una voluntaria.
A cambio de
una sesión de fotos para ella

(4) La chica americana amable:
Otra voluntaria
A cambio de
nada
-
(gracias)

Situación (b):
Cincuenta minutos
Brisa polar, vientos invernales
Congelación de los miembros superiores
Temblores

/ Experimento social
 / Resultados reducidos
/ Experiencia religiosa


06 marzo 2016

Evaporación

Times Square y Union Square, Manhattan, Nueva York
3 de febrero de 2016

Tengo la mochila húmeda, aún no está empapada, el chaquetón tampoco, pero intuyo que poco les falta. Me resguardo en una tienda de ropa en Times Square, en el último piso, donde hay una cristalera desde la que puedo claramente ver cómo llueve y también hay un sitio raro donde poder sentarse. Es como una superficie circular de color plateado que parece acolchado desde fuera y cuando la rozas descubres que es plástico duro con apariencia de material mullido bien conseguido. [Desde dentro, sentada, se ve que todos los de fuera tienen tienen mucha prisa. La gente tiene mucha prisa. Las personas andan rápido, se chocan unas con otras por llegar antes, supongo. Algunas llevan paraguas y otras no]. Paso ahí un buen rato, pienso sobre el tiempo, y me quedo con estas dos acepciones, la 9 y la 12:

9. m. Espacio de tiempo disponible para la realización de algo
12. m. Estado atmosférico
  
***

Sigo mi camino y sigue la maldita lluvia. Cojo la letra R y llego a Union Square por la salida de metro que se encuentra más lejos a la librería a la que quería ir. ¡Perfecto! (?) Sigue lloviendo, a pesar de que he pasado más de 30 minutos en el metro. Sigue lloviendo y la capucha de mi abrigo ha absorbido toda el agua posible y empieza a calar en mi gorro. Llego a mi segunda guarida y hago lo mismo: miro con detalle casi todo, en este caso las estanterías de los tres pisos del establecimiento, hasta que llego a la pared más alejada con respecto a la de la entrada de referencia en el último piso. Ahí me encuentro con dos personas más leyendo. Una está apoyada en la ventana con la planta del pie derecho tocando la pared y la otra está sentada sobre la moqueta. Llega otra persona más, que enciende su ordenador portátil y empieza a teclear. También se sienta en el suelo. Pasan 34 minutos y llega otra persona, la cuarta, un encargado de la tienda, y nos dice a todos que hay sillas para “nosotros” en la zona más cercana a las escaleras mecánicas.

Yo había inspeccionado toda la tienda y no había visto esas sillas. Definitivamente, no era la única persona extrañada, porque supongo que las otras tres tampoco las habrían visto. No sabría contar cuantas sillas negras había en esa zona. ¿Más de 50? ¿Más de 100? Todas las personas que estaban ahí sentadas, más de 15, estaban secas. Yo llevaba más de una hora en la librería y todavía estaba tenía la ropa calada. Dejé mis cosas en una silla de esas de plástico negro (en una de las que estaban vacías) y me fui a mirar por la ventana al sitio en el que estaba antes.

Comprobé que seguía lloviendo.
Lo supe porque en la oscuridad
las farolas iluminaban las gotas.

Volví a mi sitio después de confirmarlo
y ese auditorio improvisado estaba vacío.
Mi mochila y mi chaquetón habían desaparecido
y yo estaba seca.

02 marzo 2016

El suelo es mejor que un banco

Metropolitan Museum of Art, Manhattan, Nueva York
2 de febrero de 2016











Cuando en High School Musical se devanan los sesos por aprender sobre 
Yves Tanguy, Fernand Léger, Joan Miró y compañía.