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19 noviembre 2015

El ventanal

La correa que sube la persiana estaba doblada. No sé si me explico, pero no toda su superficie se encontraba plana y paralela a la pared, había como una parte en medio que se retorcía. Empezaba de un color (gris) y acababa en otro (marrón). En realidad, daba igual que la correa estuviera en el último tramo rotada, porque la persiana se podía subir y bajar sin ningún problema. Por la mañana sobre las ocho y por la noche sobre las doce. 

Esa fibra dura le daba la opción de ver cómo anochecía. Nunca veía amanecer, le resultaba demasiado temprano. Esas hebras que se enlazaban le permitían ver tan solo el edificio de enfrente, pero con eso era bastante. 

—¿Para qué más? Aquí lo tengo todo. 

Los cristales de la habitación se manchaban poco porque llovía poco. Bueno, yo creo que no sabía muy bien si se manchaban o no y que su vista se iba a acostumbrando a la suciedad, porque vamos, es imposible que unos cristales solo se manchen cuando la lluvia los salpica. Da igual que en esta ciudad no llueva nada, es algo que pasa independientemente de la lluvia.  

Él insistía en que no hacía falta limpiarlos, que ese material tan solo lo protegía del frío y del viento, si es que se daban esas condiciones meteorológicas. La correa le preocupaba más. 

—Mirad, como alguien no me arregle la cuerda, dejaré para siempre la persiana subida. 

La correa funcionaba perfectamente. No estaba rota, no se iba a romper, estaba retorcida. Los cristales de la ventana estaban limpios. Lo adecuado era, por tanto, que la persiana reposara sobre la repisa.

05 octubre 2015

Insonorización

Me duele la cabeza y por eso decido dejar el móvil de lado. Alejarme del ordenador, apagar la radio, apagar la luz del techo y encender la de la lámpara. Intento así que nada me distraiga, pero, raramente ya en otoño, se oye el sonido que emiten los grillos. Ahora mismo desconozco si existe un nombre concreto para ese soniquete convertido en ruido para mí.

***

Como decía, yo no era capaz de "apagar” ese zumbido por mucho que cerrara la ventana de mi habitación, bajara las persianas y corriera las cortinas. Se oía ese cri cri por toda la casa. Lo sé porque tras el intento de insonorización –frustrado–  de mi cuarto comprobé si en las demás estancias se escuchaba el silencio.

Ese cri cri. Ese cri cri continúo perforaba mi tímpano. Ni con tapones en los oídos se detenía. Ni con la llegada del día.

14 septiembre 2015

En lo alto


Llevo dos meses haciendo fotos a las cornisas. Llevo casi dos meses sin que mi cuerpo entero salga en una imagen, pero no importa. Algún autorretrato cegada por el sol tengo, y de mala calidad, porque mi móvil no saca buenas fotos. Hoy he subido un escalón. Bueno, más bien ayer. Entre ayer y hoy. 

Hoy he pasado al cielo. Qué azul y qué mullido está hoy. Ayer también. Ni las cornisas ni los tejados raros ni las esquinas que forman las fachadas superan esa belleza del “cielo" en movimiento. Esas nubes que se mecen normalmente en un sentido. Ahora mismo se dirigen a mi derecha, no sé a dónde llegarán, quizás al mar. 

Me agobia la inestabilidad y lo rápido que sus formas varían. Me encanta ver la gran cantidad de formas que dan lugar. Lo peor es que no puedo verlas todas porque no puedo ir saltando de terraza en terraza. Puedo ver cómo evolucionan desde mi ventana. La ausencia de nubes también es bonita: claridad en distintos tonos. 

El sol, cuando sale también
El sol, cuando se esconde también lo es

Eso ahora es lo que me hipnotiza. En el desayuno solo miraba eso. He estado un par de minutos extasiada con las marcas de las carreras de qué sé yo qué automóviles que corretean por el cielo. He estado mirando un par de minutos la lana de las ovejas esparcida ahí arriba. También he visto las escamas blancas de algún reptil gigante, pero poco después pasó un avión:

algunos automóviles en forma de siniestro total
muchas ovejas fueron atropelladas
el reptil se desangró

cicatrices en el aire

pero todo sin escándalos
impecable

30 agosto 2015

Voces encadenadas

(…) en la ventana de mi habitación, que quedaba a mi izquierda, se reflejaba todo lo que tenía sobre la mesa. Por la mañana, con la oscuridad provocada por las persianas, ese cristal me servía de espejo improvisado. Siempre pensaba que alguien se iba a reflejar, pero no, estaba claro que eso era imposible. Por la mañana, en esa casa siempre nos ponían como desayuno bollería industrial, zumos que no eran naturales, pan de molde, pan higiénico y cereales de chocolate. La compañera de la habitación 301 siempre untaba mantequilla sobre el pan higiénico. Le echaba un poco de azúcar y mermelada de ciruela. (1)

Todas las puertas de las nueve habitaciones estaban mal pintadas. Todas tenían distintos tonos de color marrón. Algunas estaban barnizadas y otras no. A mí eso me ponía un poco nerviosa. No podía entender por qué no todas eran uniformes. También recuerdo que cada una tenía un pomo distinto; podían ser redondos, alargados, dorados o plateados. Existían entonces unas cuantas combinaciones posibles que, al final, se repetían. El gran portón no tenía pomo por fuera, solamente contaba con un picaporte negro que imitaba la forma de una mano. (2)

Las paredes, algunas, estaban desconchadas, y los techos, algunos también, tenían manchas de humedades pasadas. La otras ocho personas parecían muy contentas. A ninguna le importaba esos detalles, pero a mí, desde el primer día, me estaban perturbando. Se ve que tendría que ser capaz de sumergirme en su mundo para poder sonreír al tomar ese té con sabor a agua sucia que bebíamos por las tardes. (3)

A veces veía las letras caer en mi cabeza. Por ejemplo, la palabra serendipia, que había escuchado por primera vez en este sitio, se desplazaba por mi mente. Esto es, la a se iba cayendo, la i también, seguida de la pe… así hasta llegar a la letra ese, normalmente mayúscula. Cuando caían, si representáramos sus coordenadas no tenían forma de función, porque se dibujaba una onda vertical con iguales posiciones anteriores y posteriores a un eje imaginario situado en el mundo de los números naturales. En el cero, arriba, finalmente estaba la ese, un poco más abajo, a la derecha la e, un poco más a la derecha y en alguna posición inferior se encontraba la erre. En cambio la segunda e, se encontraba un poquito más a la izquierda. Se formaba en mi cabeza una relación que se podía representar con dificultad, porque de cada palabra resultaba una forma. La mayoría eran ondas verticales y todas tenían, al menos más de dos imágenes distintas para un mismo valor, aunque normalmente eran letras distintas. 


Sí, eso me pasaba. No sé si lo he expresado correctamente porque nunca estudié nada de matemáticas en el instituto, pero he visto por internet, ahora, dos años después, alguna explicación útil. Cada día, solía ver más de dos palabras caer. Un día decidí escribirlas todas y conseguí descifrar con dificultad lo que he redactado en los tres primeros párrafos de este texto. Serendipia pertenece a algún párrafo anterior del que no recuerdo nada, junto con luquete, bicicleta, lapislázuli y la expresión “apágalo ya”. 

21 agosto 2015

Mientras me tambaleo


Día 21

El cansancio, los ojos, la música, el tren que no pasa o el tren que se me escapa, el calor del túnel, el dolor de mi cuello por dormir mal, mis calcetines verdes y mi pelo destartalado antes de desenredarlo. Una mujer que yo pensaba en un primer momento que era un hombre duerme en un asiento duro en el metro. [El primer dato de la última frase no es que fuera muy importante] La gente que no levanta la cara del móvil es la que no ha desayunado. Yo escribo esto en este momento. Consigo un sitio. Una persona se ha bajado, ha dejado su asiento y nadie de su alrededor ha querido cogerlo.


Me siento. 

Tengo unas diez paradas para que algo maravilloso ocurra. La mujer sigue durmiendo, como mas del 40% del vagón. Los que están sujetándose con una mano a una baranda, esos, han desayunado todos. El zumo de naranja que llevo en un tetrabrik me esta esperando y yo no quiero tomármelo porque está muy agrio. 

Cuatro Caminos, andén número dos. 

Tengo la sensación de que he visto a Carmen Machi, pero no es así. Una mujer sentada con dos bolsos, uno en su brazo derecho y otro en su izquierdo se tapa la cara. No sé si es porque se ha dado cuenta también de que esa mujer no era Carmen o porque tiene sueño. El hombre de su lado ha cerrado los ojos: será que fuera de sus sueños no hay nada mejor que ver. Yo lo entiendo.
*

Día 22
Hoy iba a entrar en el primer vagón, pero algo me ha dicho que no, que fuese a por el segundo. Había sitio en uno de los bordes de un banco. Con eso tuve suficiente.
*

Día 23
Tengo más hambre que sueño. Tengo más ganas de llegar que hambre. Otra vez estoy en este tren, otra vez estoy en su primer vagón y nadie deja su asiento libre. ¿No ven que me tambaleo apoyada en la barandilla esta amarilla? Parece ser que no captan que me quiero sentar. Ningún pasajero hace contacto visual conmigo y no me extraña, si yo fuera alguno de ellos no querría perder mi sitio por nada del mundo. Quizás por un buen desayuno, sí.

La mayoría de las veces pienso que voy a tener suerte y que voy a conseguir un sitio. Esta vez ha sido en uno mullidito de color azul claro, paradójicamente el mismo color que el del banco metropolitano.
*

Día 24
Esta mañana desde que esperaba en la vía puse toda mi atención en tener donde sentarme, como siempre. Todos los vagones iban relativamente llenos, no es broma aunque estemos en agosto. Al llegar el tren, por la ventana pude ver que se quedó un sitio libre. Se ve que ese asiento ya ni lo valoraban los de dentro. Se abrieron las puertas y fui directa a él. Me senté. Un poco apretujada, pero conseguí mi meta. El joven que estaba a mi lado jugaba con el móvil a un videojuego. Parece que  mucha gente lo hace. Desde que observo qué hace la gente en el metro me he dado cuenta que las señoras mayores tienen el tamaño de la letra de whatsapp más grande que lo normal. No alcanzo a ver qué escriben, tampoco creo que me incumba, pero usan iconitos y escriben abreviadamente. Las jóvenes también utilizan esta aplicación, pero con la letra en el tamaño normal. También hay gente que llama por teléfono y gente que lee en papel o en una pantalla. Los hombres son más tendentes a mirar a la nada. Esto es, a las ventanas o al suelo, normalmente. Lo de si las mujeres cruzan o no las piernas y si los hombres las abren y ocupan más espacio también creo que se cumple en un alto grado. Hay gente que se entretiene mirando su propia piel e intenando corregir sus defectillos delante de todo el mundo.

Por poco se me olvida incluir en este resumen a los adictos a instagram, que se pasan el viaje pasando fotos. Casi nadie deja sus bártulos en el suelo, si es que alguien lo hace, lo que dejan son sus mochilas de estilo instituto, nunca los bolsos. En definitiva, lo que está claro es que una vez alguien ha conseguido un asiento difícilmente lo abandona. Son pocos los casos en los que las personas mayores consiguen un sitio. También son pocas las veces que he visto a algún anciano en el metro.
*
Día 25
Lo primero que he pensado hoy ha sido que era viernes. He bajado las escaleras, teniendo cuidado con la cabeza porque los techos son bajos, y ha aparecido el tren. Alegría. No he esperado nada para cogerlo, pero he ido todo el viaje mirando de pie la oscuridad del túnel.
*

12 julio 2015

Maldita máquina

Esto es real. Me compré un ordenador hace dos años y en un principio funcionó mal. Creo que lo siguiente que voy a contar no tuvo nada que ver. En serio. Nada que ver. Un día, a los pocos meses de estar custodiándolo, lo llevaba en la mochila, de camino a la universidad, junto con una carpeta, un par de libretas y una botella de agua. Eran las tres o las cuatro de la tarde cuando llegué a clase y me di cuenta de que la tela estaba chorreando. Abrí las cremalleras, y lo primero que saqué fue el ordenador. Estaba ardiendo. Las libertas y las carpetas daban igual: estaban húmedas y se podían secar, a pesar de que su material se ondulara un poco por el efecto del agua. Sí, no había cerrado bien la botella de agua con sabor a limón recargada con agua del grifo.

Mi portátil quemaba envuelto en una carcasa rígida de plástico nueva de color azul, que compré para que no se rayara. Este instrumento se ajustaba perfectamente a la forma del aparato, y consecuentemente, resultaba muy complicado desencajarlo. Un compañero me ayudó y la quitó. El portátil seguía ardiendo. En conserjería no había ningún destornillador que tuviera las muecas para sus tornillos. Otro compañero presionó el botón que lo encendía y consiguió que no quemara tanto. Vamos, que lo apagó. Terminaron las clases de ese día y fui directa al supermercado para comprar arroz. Rellené con este cereal una caja con la base de cartón, las aristas de metal y las paredes de tela. Bañé el ordenador en este contenido, supuestamente absorbente, durante una semana, creo recordar, y funcionó a la perfección hasta el día de hoy. Esto no es real. 

***

Pasados los dos veranos (tiempo más que prudencial) decidí desinstalarlo todo, borrar toda la información que tenía y pasar a un software más moderno. Supongo que perdí alguna información, pero no me importaba ya, porque no iba bien. Tras horas guardando los documentos en discos duros, formateando y adaptando el nuevo sistema operativo el portátil funcionaba perfectamente. Estaba demasiado sorprendida y contenta durante diez días exactos. Por eso me planteaba que por qué no lo había hecho antes. Hoy decidí abrir el procesador de textos para escribir esto mismo, para expresar mi “felicidad”. Intenté guardar una versión previa a la final y el ordenador enloqueció. No respondió y se perdió todo. 

Esto es real.

02 marzo 2015

21 febrero 2015

Orbital

Esa mañana llevaba la camiseta puesta al revés. Con las prisas no le había dado tiempo a darse cuenta de que se le veían las costuras y la etiqueta, ni de que la forma del escote estuviera en la espalda. Como siempre, había limpiado la cocina de la forma en la que buenamente pudo: barrió el suelo, ordenó en el frigorífico la comida que había sobrado del desayuno y además fregó las tazas y los platos sucios. Hizo la cama con mucho cuidado, porque a ella le gusta que las sábanas no tengan arrugas. Algo no encajaba. No era la camiseta. Salió, cogió el ascensor de la izquierda, revisó el correo y vio que había un catalogo de bodas que era para los vecinos del cuarto.

                                                                                      ø        

Se quedó mirando ensimismada la luz del semáforo:
con sus cambios rítmicos que parecían rápidos
la saturación y el brillo justos.
El cristal de sus gafas se pintaba alternativa y parcialmente de esos colores intensos.
Era todo oscuro.


Casi todo estaba negro. La Luna reflejaba la luz del Sol y sus ojos no percibían la potencia luminosa procedente de las bombillas protegidas por las farolas, situadas equidistantes y paralelas en la avenida. [Era el semáforo]. "Esos monigotes se persiguen", llegó a decir en voz alta. Le habló a la madrugada y no le respondió. 

15 febrero 2015

Asomarse a la vía

Cierto
Contundente, no.
Lucidez congénita.
Inquietud fría.

Nudo
Ayer sigilo:    
explota el ruido,
síncope crudo.

Abrigo
En mis bolsillos
las llaves y nada más.
Manos guardadas. 

21 enero 2015

Conversación (de)generativa

[14/1 01:13] Hablante 2: Cálmate
[14/1 01:13] Hablante 2: ¿Ok?
[14/1 01:13] Hablante 1: Estoy calmado
[14/1 01:13] Hablante 2: Pero no me despaches así
[14/1 01:13] Hablante 2: Lo que te pasa a ti es que tienes la camisa mal planchada
[14/1 01:14] Hablante 1: Como me conoces...


[15/1 22:21] Hablante 1: Hola, ¿qué dices? 
[15/1 22:31] Hablante 2: Hola, buenas
[15/1 22:32] Hablante 1: Hola
[15/1 22:33] Hablante 2: ¿Qué tal?
[15/1 22:34] Hablante 1: Aquí...
[15/1 22:35] Hablante 2: ¿En misa?
[15/1 22:35] Hablante 1: Yes
[15/1 22:36] Hablante 2: ¿En serio? ¿Que estás en la costurería y no tienen chorizo para tu bocadillo?
[15/1 22:38] Hablante 1: He ido al podólogo a por una maceta de girasoles
[15/1 22:39] Hablante 2: ¿A cuánto las vendían?
[15/1 22:39] Hablante 1: A 19 bolitas de algodón casa una
[15/1 22:40] Hablante 2: Ese sombrero te sienta bien
[15/1 22:55] Hablante 1: No me termina de gustar la piel mendigo para un sombrero
[15/1 22:55] Hablante 1: ¿Te gusta?
[15/1 22:56] Hablante 2: Uhhhhh, qué desagradable, ¿no crees que te has pasado con ese comentario sobre el guitarrista?
[15/1 22:57] Hablante 1: Fulgencia, la guitarra se toca con púa no con comentarios...
[15/1 22:58] Hablante 2: Si tú me dices que hay que echarle más aceite a la cadena de la bicicleta, mañana mismo lo hago
[15/1 22:59] Hablante 1: Yo te he dicho que el aceite está formado por largas cadenas de carbonos
[15/1 23:02] Hablante 2: No, tú me has dicho que el violín se toca con arco y no es así: se come con salsa de calabaza
[15/1 23:04] Hablante 1: No, tú has afirmado que el polo positivo de la pila alcalina de iba a pillar un puso en Llano de Brujas y la cajera tuerta de Caprabo me ha dicho que no es así, que va a montar una franquicia de Tony Roma's en Abu Dabi
[15/1 23:05] Hablante 2: ¿Un puso?
**Error**
**Imposible generar más contenido**
[15/1 23:06] Hablante 1: Por supuesto. Puso: del griego pasis, más actualmente  considerado por la RAE como piso e incorporado a la última edición de su diccionario. Debería actualizar su base de datos.  

13 enero 2015

Pasado el trance
















Llovía tanto que el agua había empapado mi gorro de lana. Mi pelo estaba calado y no tenía paraguas para cubrirme. Las calles estaban vacías en ese barrio, tan solo había un grupo de cuatro jóvenes que parecían ser turistas. Estaban resguardándose bajo una marquesina llena de graffitis de colores verde fosforito, violeta y negro. Los textos eran prácticamente ilegibles y bastante feos.

Me uní a ellos. Ahora éramos cinco. Escurrí mi gorro y sacudí el pelo: parecía un perrito herido y aturdido. Uno de ellos me ofreció una bolsa de plástico de un supermercado, era demasiado fina, pero servía para evitar que el bolsillo de mi chaqueta se humedeciera. Una de ellos tenía un mapa que, debido a las numerosas repeticiones de los dobleces y el agua de la lluvia, estaba a punto de resquebrajarse. Ella temblaba por el frío y discutía con el chico que estaba a su lado derecho fumando un cigarro. El cuarto, callado y embobado, miraba al cable tendido entre los dos edificios de en frente. Quería que sus zapatos estuvieran ahí, aunque sus pies se mojasen.

Me preguntó tartamudeando que si me importaba ayudarle, que si podía subirme sobre sus hombros y lanzar sus deportivos. Yo era la persona más delgada de toda la calle1 y esa era una de las 1000 cosas que él tenía que hacer2 antes de morir. Tras seguir sus indicaciones, las cordoneras resbalaron sobre el cable grueso y, balanceándose de forma inestable, los zapatos quedaron fijos entre los demás  pares3.  


1 Ya únicamente pesaba el agua acumulada en mi pelo, que poco a poco se iba secando.
2 Supuestamente.
3 Esa fue mi primera buena acción después de aquellos disparos certeros.