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16 febrero 2014

Expropiación



Había trozos de cristales rotos. Eran transparentes y estaban detrás del muro con alambrada de espino en el borde superior. El gato paseaba por encima de ellos y no se los clavaba, ni se cortaba. También había un balón de plástico amarillo pinchado. Era un solar lleno de basura que tenía algunos matojos. Malas hierbas con raíces profundas.

La casa que anteriormente ocupaba ese espacio se derrumbó sin la autorización de sus dueños. Su demolición pretendía ser el principio de un nuevo plan urbanístico por esa zona alta de la ciudad. Al final no se construyeron ni nuevos parques ni colegios. Tan solo se fue esa familia. Por esa vivienda empezaron y también terminaron los proyectos del cambio. Ahora no existe una puerta en ese número de la calle. Ya no hay ventanas, ni está ese balcón abierto de cuarenta centímetros de profundidad rodeado por esos barrotes negros. Hay carteles de publicidad y posters de conciertos del verano del 98. Todavía está ese dibujo pintado con tiza blanca y azul. Como no llueve contra la pared, no se limpia. 

En ese espacio abierto, de vez en cuando, cae algún cartón de vino medio vacío. Hay escombros aún, e incluso hay un par de guantes de plástico y un casco de albañil rajado, en el que aquel gato muchas veces se acurrucaba.