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12 agosto 2014

11 agosto 2014

24 junio 2014

Recapitulación anticipada

Ahora mismo tengo entre la pantalla del ordenador y mi cuerpo una botella de litro y medio de té que he preparado. Está un poco frío, pero no lo suficiente como para estar bueno. Estoy cansada y tengo una maleta abierta detrás de mí. Tengo muchas cosas que empaquetar y muchos botes son de vidrio. Me queda poca ropa para poder envolverlos y que no se rompan durante el viaje.

Tengo la cama deshecha y ya es de noche. Tengo la puerta de la habitación cerrada, no he cumplido lo que me planteé. A día de hoy me quedan pocas páginas para acabar el libro que también me propuse leer. He estado en Francia, en Luxemburgo, en Marruecos, en Italia, en Holanda y en Alemania. Me lo he pasado bien. Solamente bien. Quería haber podido avanzar en la lectura, pero los viajes han sido casi todos muy tarde por la noche o muy temprano por la mañana. Mi cojín de Ikea ha visitado muchos lugares y se ha apoyado en muchos cristales y respaldos. Mi libro tiene las puntas dobladas. Me han roto la maleta y no me he enfadado. Lo he dejado pasar. He hecho muchas fotos, la mayoría estúpidas. Me han hecho quizás más fotos aún que las que yo he hecho. He dormido en camas desconocidas. He compartido baño con otra gente que a saber de dónde venía. He intentado gastar lo menos posible, pero no ha sido posible.

He disfrutado con gente que hace menos de un año no conocía. He apretado esos lazos y creo que ya tienen un nudo. Estoy contenta por ello. He hablado mucho en inglés para acabar hablando peor que al principio. Actualmente noto cómo mi cerebro intenta ajustarse a los movimientos resultantes que se han producido en él. He perdido a un amigo. Me he tirado horas maldiciendo el funcionamiento de Skype. Creo que con todo lo que he escrito en esa caja de texto tengo para aproximadamente cinco Biblias y con todo la cámara me ha retransmitido tengo para siglos de telediarios. He aprendido a editar los fallos ortotipográficos de las conversaciones que tengo sin tener que poner un asterisco. He escrito un trabajo para poder terminar el grado. He perdido las ganas muchas veces y las he recuperado en el mismo número de veces menos uno.

Todavía puedo mirar por la ventana y ver ese césped verde, que en invierno fue algún día blanco pero sin nieve. Todavía puedo caminar durante siete minutos para llegar a la universidad que me ha salvado. Me aficioné a comer en la mensa y lo deje de hacer con más esfuerzo que el que me costó acostumbrarme a ella. Perdí mi USB y lo recuperé. Un día me rompieron mi candado de la taquilla para poder recuperar todo lo que guardaba en ella. Al día siguiente me di cuenta de que volví a perder el USB y ya no lo recuperé. Aprendí a moverme por esa biblioteca tan enorme y también por esos pasillos que interconectan todos los edificios. Me volví loca por los objetos de plástico (sobre todo si sirven para almacenar líquidos), por las sopas, el pepino, el pimiento, la cebolla, el arroz, el atún, la mermelada de fresa, las tortillas de un huevo, el speisequark y el maíz. No importando el orden.

Pasé frío en mi habitación algunas veces. Puse algunos posters en las paredes. He roto la base de un plafón y todavía no sé cómo repararla. Una loca nos llamó a la puerta y por poco morimos de un infarto. He participado en un proyecto europeo con niños salvajes pasivos y adorables activos. He salido por la noche y he tenido que pedir un taxi tras ir y venir a la misma parada de autobús pensando que iba a parar en algún momento. Una de las primeras cosas que hice fue comprar un teléfono móvil y devolverlo. Me costó saber cómo instalar internet en este ordenador y gasté 40 € comprando un puñado de megabytes. Empecé a seguir una serie. Escribí unas cuantas postales pero no recibí ninguna. Fui a buscar un paquete que pedí en una papelería tienda de electrodomésticos, pero eso no cuenta. Empecé a escribir en una libreta verde, pero ahí está. Me visitaron una vez. Lo pasamos bien.  Se rompió el mango de la ducha y lo arreglaron. Me dolió la espalda. No he pasado frío ni tampoco calor. Compre unos billetes para ir a Nueva York pero yo no los usé. No encuentro solución para Septiembre. He probado el café por imposición de Giulia y no me ha gustado. Me he bañado en unas termas romanas. He hecho tantas cosas que he perdido la cuenta.

Recuerdo que traje unos espejos de España y los puse detrás de la puerta. Rompí los anteriores. Espero que fueran de plástico. Aprendí un poco de danés, aunque solo sepa una decir una frase. Un chico me dijo que “nada es tan malo como nosotros pensamos”. Me lo dijo en alemán y sin conocerme de nada. Tenía razón.

23 junio 2014

Focus



No sé cómo explicar lo que sentí cuando ocurrió aquel accidente en el que ese tren atropellaba a un hombre. No tuve tiempo ni para pararme, y para mirar menos aún. Tenía que hacer transbordo y por poco perdía el siguiente tren. Dos minutos fueron suficientes para mirar a los paneles (intentando obviar al muerto), subir por las escaleras mecánicas por el lado izquierdo (el que estaba libre de viajeros), buscar el camino que me llevara a la vía (que estaba a justo al lado derecho del final de las escaleras) y bajar por el ascensor para llegar al andén correcto (para optimizar el tiempo). Quedaban pocos segundos para que mi tren saliera de la estación de cercanías y se me escapó.

Busqué un asiento, me puse a leer el periódico, encendí el reproductor de música, y seleccioné una obra cualquiera de Richard Strauss. Ese ejemplar gratuito lo devoré en menos cinco minutos porque nada mas que hablaba sobre temas banales que solo son importantes para la gente normal. Las ambulancias se habían ido, pero la densidad del ambiente tenía un espesor fuera de lo común. Mire al frente: justo a un punto opuesto al suceso. Dejé de ver a los otros viajeros con maletas. Las papeleras y los bancos se fundieron en un tono blanco sucio junto con el quiosco de bocadillos recién hechos. Todo era transparente en mi cabeza. El desenfoque duró más de treinta minutos. En ese tiempo se sentó una anciana en mi lado derecho. Por el izquierdo pasaron una joven que parecía ir al instituto y una madre con un carricoche con la tela de color fucsia. Supuse que lo que había dentro era una niña. Quien me viera bien podría pensar que yo estaba extasiado en ese punto de fuga.

Estaba en trance. Mi retina no se había desprendido del esfuerzo. Nunca me pasa en estas situaciones. La manera que tengo de borrar las dificultades o lo malo que pasa a mi alrededor conlleva a la pérdida de conciencia y a la restauración de algunas neuronas. Ese proceso lleva tiempo y no me importa en qué lugar suceda porque es algo que me resulta inevitable. Tras más de dos décadas entrenando el control del funcionamiento de mi mente y de mi cuerpo no he conseguido pulir la elección de las coordenadas temporales y espaciales. Otros miembros de la asociación lo consiguen con poco esfuerzo pero no destruyen sus malos momentos al 100%, tal y como yo hago.

Todo seguía igual. Para mí pasaba todo a como si fuera una película en un modo de reproducción 8x. Se mantuvo así hasta que el bebé empezó a llorar. Fue cuando por primera vez pude ver, escuchar y sentir la muerte de ese hombre en la estación de tren.

17 junio 2014

Dos almas


La vecina del segundo tiene mala leche. La del séptimo se dedica a tender la ropa en el rellano. La limpiadora, Elena, visita el bloque cada tercer día de la semana. Marion, la de la planta baja, suele dejarse las llaves en la mesilla de noche, pero no tiene problema, porque entra por la ventana de su habitación, que da a una calle secundaria que desemboca en la avenida principal. En ese edificio las plantas de los maceteros se riegan cuando Elena limpia. Una vez por semana.

Pablo vive en el otro piso del bajo y su perro tiene alzhéimer. Antes ladraba cada vez que se encontraba con algún vecino. Ladraba fuerte y molestaba. Ahora es una pena, porque el pobre no se acuerda de nadie y tiene prácticamente que arrastrarse para poder pasear. Robin se llama. Robin tiene fuerza y sale todos los días tres veces a la calle. Da igual que llueva, que haya 48ºC fuera o incluso que haga viento. Lo que le importa es el granizo. Cuando graniza no sale, pero eso no sucede habitualmente. El perro tira del dueño. Los dos se arrastran y cogen siempre  el ascensor que queda a mano derecha desde la perspectiva de un peatón que pasara por enfrente del portal. Que se averíe ese ascensor es otra de las condiciones para que Robin no se dé una vuelta. Se ve que es un perro con manías. Está ya viejo pero sigue fiel a sus costumbres. Pablo habla mucho de él cuando se cruza con cualquier vecino. Al parecer le gusta comer las sobras de los muslos de pollo asado. Ese es su plato favorito. También le gusta beber café de vez en cuando. En una taza con una boca amplia Robin lame el líquido energético. También bebe un poquito de cerveza todos los domingos, “un día tranquilo para poder disfrutar de que en la calle no hay mucha gente porque todos duermen”, dice Pablo que opina el perro. Robin es vegetariano los lunes y martes. Se ve que le gusta empezar así la semana y cree que de tal manera purifica su paso gastrointestinal. Ese perro es sociable con los otros perros y con su dueño, nada más.

Como decía, con los vecinos era un poco arisco. Bien podría ser un gato, la verdad. Ese pastor belga se emborracha cuando su dueño trabaja. Abre las botellas de whisky de la casa, vierte el contenido en su taza para la cerveza y se lo bebe. Sale al rellano y aúlla. Aúlla también en el patio en el que se tiende  la ropa. Así todos los días a las 11:30 de la mañana. Su dueño no lo sabe porque es el propio perro el que compra el alcohol a vendedores ambulantes. Esas botellas las esconde en el armario de la plancha. En esa casa nadie ha planchado en la vida. Por lo tanto nadie lo abre, solo él. Robin cojea. Robin ya no ladra. Pablo tampoco. Ya no cuenta nada sobre su mascota. Pablo bebe en el estudio donde trabaja. Sigue fiel a sus costumbres.

11 junio 2014

Humana





Tiene vértigo cuando camina cerca del borde del pavimento. Le da miedo caer a la carretera que esta 12 centímetros más abajo. Se acerca al lado en el que están las puerta de los edificios. Ahora tiene miedo por que los comerciantes les den con el pomo. Antes la caída, ahora un portazo. Por eso trata de encontrar una solución alternativa: caminar por en medio de la calle, entre la gente con prisa y bolsas en las manos. Ahora es el posible bolsazo lo que la frena. No puede dar un solo paso. Está incapaz. No puede moverse. Las personas la rozan sin querer y en varias ocasiones le piden perdón y en otras simplemente la miran mal. No puede moverse y pasa a la fase de semivigilia: lo ve todo y lo oye todo, tiene los ojos abiertos y hasta parpadea de vez en cuando. Lo graba todo. Estática, de pie y débil. Su bolso se despega de su cuerpo cuando alguien la toca. Su cuerpo vibra cuando pasa el tranvía por su lado. Su mirada esta perdida y no pasa nada. Nadie se preocupa por encender el botón que la active.

Es difícil suponer que existen tantos cables por dentro de su cuerpo. Ningún peatón puede adivinar tan solo mirándola que tiene poca batería, que se trata de algo literal. O que quizás tiene un cortocircuito interno y que algo está prendiendo en su interior. Todavía no sale humo por la ventilación de sus bolsillos. Aún sus extremidades no se han derretido. Algo va mal. Nadie se da cuenta.

Han pasado 39 minutos.

La cremallera de su vestido está ardiendo. Su cuerpo explota, hace el mismo ruido que el disparo de una pistola con silenciador. No salpica sangre pero deja un rastro negro que ni es petróleo ni aceite.

31 mayo 2014

Inmaterial y corporal



Reiko siempre lleva camisetas vaporosas cuando hace entrevistas a sus invitados. También lleva vaqueros y zapatos de tacón de más de 10 centímetros. No sabe caminar y ver el mundo desde esas alturas porque se cae. Ella tan solo se sienta en el sillón y saluda, hace preguntas, da pasos a vídeos, hace más preguntas y se despide del entrevistado y de la audiencia. Termina, se quita los zapatos, se pone las camisetas con forma de T, los vaqueros los sigue llevando, y vuelve con el chófer a su casa. Allí se desmaquilla, se pone el pijama y ve un poco los canales de la teletienda.

Desde hace unos meses intenta acabar con la adicción de comprar productos inútiles como millones de cuchillas con formas distintas (un corazón, la letra A, la letra F, una estrella y una luna), cajas de plástico (unas metidas dentro de otras con distintas tapas de colores) o fajas reductoras (de color carne y de color negro). Reiko ya había recibido paquetes con objetos inútiles en seis ocasiones, y pensaba que ya era suficiente. Por eso estaba en tratamiento, quería dejar de comprar cosas de forma compulsiva. Vivía sola en un apartamento minúsculo de Osaka, la paredes tenían un color amarillento. Los azulejos del baño eran de un tono azul claro. La presentadora tenía una habitación, un salón-cocina-recibidor y una bañera en el aseo. Compartía pasillo con más de 30 vecinos. Todos eran solteros. Nadie podía vivir en menos de 40 m2  con otra persona de forma regular, y mucho menos con un hijo. Reiko tiraba de vez en cuando los cubiertos en la basura. Era despistada.

Todos los días se levantaba a las 8 y media de la mañana. Nadaba 2000 metros y a las 10 ya tenía el pelo seco. Volvía a su apartamento y esperaba a su chófer durante media hora, hasta que sonaba el timbre. Ese martes Reiko tiró sin darse cuenta al cubo de la basura los calcetines y una camiseta de tirantes manchada. Esta vez la pérdida no había sido tan grande. En el cesto de la ropa sucia estaban las peladuras del plátano y de la manzana  de la cena del día anterior, además de algunas sobras con forma de estrella y corazón. 

26 mayo 2014

Actos de loca

Hace una semana tenía que despertarme a las seis de la mañana para ir a dar clase en un instituto solo por un día. Nada importante. No podía dormirme y lo conseguí aproximadamente a la una de la madrugada. A las tres y cuarto, el timbre de la casa sonaba sin parar. Me despertó el ruido y intenté detenerlo con mi mente, pero no lo conseguí. Tras 40 minutos casi continuados de ese sonido tan estridente en mis oídos decidí salir al pasillo de mi apartamento, donde está la cocina común que comparto con mi compañera. La puerta de su habitación estaba abierta y la que da al pasillo de la planta también. Las dos estábamos asustadas y vimos a una chica rubia con una chaqueta negra llamando a nuestro timbre constantemente. Jugamos al escondite diabólico y nos ocultamos detrás de la pared. Mirábamos cómo estaba poseída y cómo no soltaba su dedo índice de nuestra campanilla. Ella miraba todos los nombres de los que vivimos en el mismo edificio, tocaba el cristal con el dedo y luego apretaba el timbre. Así hasta casi las 4 de la mañana. Se giró y me giré antes de verle la cara.

[Siete días mas tarde. Madrugada del martes. 3:10 a.m]

Alguien aporreaba la puerta que da al pasillo común con los otros estudiantes vecinos. Alguien pateaba nuestra puerta. Alguien susurraba cosas que no se entendían. Puñetazo. Patada. Patada. Susurro. Patada. Puñetazo. Susurro. Noté cómo mi piel se inflamaba. Esa fue mi reacción al miedo. Mis brazos, mis piernas y mi cara ardían y calentaban el edredón. Quien fuera no paraba de golpear nuestra puerta. Me comuniqué con mi compañera por mensajes de texto. Las dos teníamos miedo y confiábamos en que se fuera pronto. No lo hizo. Más puñetazos. Más patadas. Más susurros continuados. Me destapé y salí al pasillo que comparto con mi compañera. Hablamos bajito y nos fuimos a mi habitación, que está unos cuantos pasos más lejos que la suya de la puerta que pronto iba a caerse por los porrazos de alguien a quien no le poníamos cara. Decidimos que teníamos que decirle que parara, por eso abrimos la puerta:

Piernas de mujer.
(la misma que el lunes anterior)
Medias negras transparentes.
Tacones.
(también negros)
Susurro.
(giro al mismo tiempo de su cuerpo)
Su cara.
(sonrisa desencajada, ojos perdidos y pelo rubio)

21 abril 2014

Ánimos y enmiendas

Me queda un 10% de batería y no tengo mucho tiempo para ensimismarme. [Ya queda el 9%] Mi habitación está más desordenada que nunca. [Bajo el brillo a la pantalla para que economizar la energía] No tengo tiempo para ordenarla porque dentro de dos días me vuelvo a ir. Creo que la mejor solución es meterlo todo directamente en la maleta que me lleve. Da igual que supere el peso permitido para el equipaje facturado, lo importante es que esta habitación se quede ordenada. Así me la encontraré perfecta y por el exceso, no hay problema, ya tiraré en el aeropuerto las cosas que no me hagan falta. Ya lo haré allí. [Queda un 8%]

Despegaré. Aterrizaré y pasaré frío, porque todas las camisetas que tengo en ese armario son ahora de manga corta. Tan solo tengo dos chaquetas de tela fina y algunos vaqueros. Cuando llegue comeré proteínas, hidratos de carbono y verdura. Verdura toda la que quiera porque es verde y me gusta ese color. Tendré que escribir textos con aspecto académico. Buscaré en las tesis de otros, en artículos de otros, en libros de gente importante (de otros) y los juntaré todos en el mío próximo. [7%]

Lo haré rápido porque no tengo mucho tiempo. Mi muestra la interpretaré. Citaré como es debido. Siempre así. Numeraré todas las páginas pero no la de los anexos. [No habré salido el día anterior. Así lo planifiqué hace varios meses. No me pondré el chaleco rojo ni la camisa blanca] Mi muestra tendrá 149 elementos. Por poco me sale un número redondo, pero no fue así. Mi muestra no tiene los bordes pulidos. Corta. [6%]

La batería disminuye rápidamente.

Justificaré en forma y en contenido todos mis textos. Analizaré todo. Todo lo que yo sea capaz de hacer. Dibujaré triángulos entre los vértices de mi estudio. Lo haré literalmente y los colorearé con acuarelas de tonos pastel. Intentaré terminarme el libro de Murakami mientras lo leo en los bancos de mi parque. Esos que te abrazan y en los que entran dos personas. Miraré a la gente desde mi ventana mientras ellos están tumbados en mi césped sobre una manta o una toalla enormes. [5%]

Beberé té de fresa ácida. Un té que no es frío pero que he descubierto hoy. Beberé agua también. Leeré en otros idiomas. Me planificaré lo mejor posible. Pesaré el pescado y la carne con una balanza. No pisaré mucho la mensa. Dejaré la puerta de mi habitación más veces abierta e intentaré escuchar el inglés nativo de mi compañera. [Qué bien suena] Intentaré hablar más con desconocidos en alemán. Me leeré el libro de Tao. Me lo leeré en inglés. [4%]

No creo que sea así porque no tendré tiempo. Tampoco terminaré el de Murakami. Me pondré mis zapatos nuevos y caminaré. Calcularé cuántos kilómetros hago en esa hora que ande. Solo por llevar la cuenta de lo que recorro. Puede que eso sí que no lo haga. Intentaré aprender italiano, japonés y chino. [Y algún idioma eslavo] Intentaré ordenar también aquella habitación que se llena de bichos con mucha facilidad. Apuntaré mis contraseñas en un papel que luego no sepa donde escondo. [3%]

Tiraré la basura un día sí y otro no. La mía y la común. Rezaré para que la lavadora no me estafe otros dos euros más. También lo haré para que no me estafe otros cuatro euros más. Dejaré de escuchar ese grupo de música que encontré en una lista para días felices a la que ya no estoy suscrita. Me aficionaré a la instrumental y me compraré una sudadera con el logo de la universidad para evitar tener frío. [2%]

No tengo foto para esto. Todos mis lápices no están afilados. No tengo sacapuntas y tampoco tengo recambio para el portaminas. La carpeta está a reventar y las gomas ya no dan más de sí. Mi colección de bolígrafos bic edición cristal de tinta azul que he ido guardando desde hace más de 5 años se ha parado porque he perdido el último.  No sé dónde puedo encontrarlo.

[Queda un 1% de batería]


Ahora viene cuando digo que supongo que no hay motivos p

16 febrero 2014

Expropiación



Había trozos de cristales rotos. Eran transparentes y estaban detrás del muro con alambrada de espino en el borde superior. El gato paseaba por encima de ellos y no se los clavaba, ni se cortaba. También había un balón de plástico amarillo pinchado. Era un solar lleno de basura que tenía algunos matojos. Malas hierbas con raíces profundas.

La casa que anteriormente ocupaba ese espacio se derrumbó sin la autorización de sus dueños. Su demolición pretendía ser el principio de un nuevo plan urbanístico por esa zona alta de la ciudad. Al final no se construyeron ni nuevos parques ni colegios. Tan solo se fue esa familia. Por esa vivienda empezaron y también terminaron los proyectos del cambio. Ahora no existe una puerta en ese número de la calle. Ya no hay ventanas, ni está ese balcón abierto de cuarenta centímetros de profundidad rodeado por esos barrotes negros. Hay carteles de publicidad y posters de conciertos del verano del 98. Todavía está ese dibujo pintado con tiza blanca y azul. Como no llueve contra la pared, no se limpia. 

En ese espacio abierto, de vez en cuando, cae algún cartón de vino medio vacío. Hay escombros aún, e incluso hay un par de guantes de plástico y un casco de albañil rajado, en el que aquel gato muchas veces se acurrucaba.

20 enero 2014

Su rutina



Esa mujer está mal. Camina con un bastón que tiene flores de color violeta estampadas sobre un fondo blanco. La empuñadura es negra y ella no tiene problemas para sostenerse. Pero lleva el bastón. Será un amuleto. Será un arma. Esa mujer tiene el pelo teñido de blanco cuando en realidad su melena es aún castaña. Creo que quiere ser “transgresora”. Es decir, quiere diferenciarse siendo más vieja de lo que es, más impedida de lo que está.

Tiene la manía de caminar únicamente por el lado izquierdo cuando forma parte de un grupo de personas. Ella tiene que ser la que esté en ese lado. Si alguien no conoce tal costumbre poco común, mueve al individuo en cuestión, que esté en esa posición, y coloca su propio cuerpo. Ahí. Su bastón también está al lado izquierdo. ¿Cómo iba a ser de otra manera? Cuando camina con una sola persona también tiene que estar en esa posición. En el lado izquierdo. Nadie le pregunta por qué lleva ese palo de plástico que compran muchas ancianas para evitar resbalarse. Nadie le pregunta que por qué lleva esas ropas tan anchas, esos vestidos tan llenos de estampados con flores pequeñitas. Tampoco nadie la mira mal cuando pasea a su perro en un carricoche para bebés.

Lleva tacones y un bastón. No puedo parar de pensar por qué va así. Entre los estudiantes cada vez cobra más fuerza la hipótesis de que en el interior del cilindro esconde un objeto punzante. Esa mujer está mal, decía. Siempre llega sube las escaleras para llegar a los departamentos de la tercera planta. Nunca usa el ascensor. Siempre come de su caja de plástico transparente y amarillenta. Ahí mantiene más o menos fresca su ensalada: dos tomates partidos en cuatro trozos, un huevo duro entero, siete olivas verdes (rellenas de pimiento rojo) y un par de hojas de lechuga. Solo un par.

Eso es lo que come. Así es como va a las tutorías de los profesores. Así es como se pasea por la universidad. Solo sabemos eso. Simplemente porque es lo que vemos. Dicen que en su casa se quita los tacones, va en chanclas y se apoya en un bastón bañado en oro, que la cortina de su ducha es transparente y que en el frigorífico guarda toda su comida preparada en raciones individuales. También dicen que siempre tiene siete ensaladas listas para comer. Yo no me explico cómo no se le pudren. Si hiciera eso, las lechugas tomarían un color marrón. 

Esa mujer sabe lo que hace, pero nadie le pregunta. Hay que tener cuidado con su arma. Supuestamente, también hay que tener cuidado con sus florecitas.